Encrucijada
El autor de este inquietante texto lo logra al acercarse al mito Muñoz desde la doble mirada de un maestro e historiador, Luis, en busca de testimonios para una tesis doctoral y de la testigo presencial de Crucita, niña que crece a Cruz desde el arrobamiento hasta la dolorosa conciencia del robo de una nación por medio de la mala educación.
La educación, la mala y la buena, es el tema subyacente de este relato que cruza audaz la frontera entre el documento histórico y la novela. No puedo menos que en este breve acercamiento a las palabras del amigo Carlos Quiles, también yo rememorar mis encuentros y desencuentros con Muñoz.
Al igual que la protagonista que le presta título al libro que hoy presentamos, fue en mi temprana adolescencia cuando vi en persona al carismático creador del hoy difunto Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Fue en la Fortaleza, donde éramos invitados un escogido grupo de estudiantes de las escuelas superiores públicas del país a compartir con el líder todo un día en la mansión ejecutiva, esa Fortaleza que debe su nombre a su función original defensora del puerto y que en estos aciagos días evidencia frente a la Junta de Control Fiscal su creciente debilidad. Pero entonces creíamos que eran fuertes, el edificio y el inquilino.
Por supuesto que le creí a Muñoz todo lo que aquel día nos dijo y le seguí creyendo por mucho tiempo. No obstante, varias décadas después de ese primer encuentro, sucedió otro encuentro donde yo estaba ausente, pero no así un retrato de mi autoría mostrando el rostro desfigurado del anciano Muñoz que en esa ocasión nos visitaba después de un prolongado auto exilio en Roma.
Al ex gobernador lo llevaron entonces a las salas donde se exhibía una de las primeras Bienales del Grabado Latinoamericano y del Caribe en San Juan. Me contó un guardián de sala del Instituto de Cultura Puertorriqueña, sede de la Bienal, que Muñoz acompañado de su séquito, se topó de repente con su imagen serigráfica en el As de la Pava de las Barajas Alacrán de 1968.
El patriarca se detuvo frente a su retrato y no hubo modo de retirarlo de allí pese a las corteses insistencias de sus acompañantes. Por el contrario, les ordenó que se retiraran y lo dejaran solo. Se sentó entonces en un banco adosado a la pared opuesta a donde colgaba su retrato y allí permaneció por un buen rato. O quizá debíamos decir: por un mal rato hasta que se levantó, llamó a sus acompañantes y se marchó.
El relato me conmovió pues el retrato es, sin duda demoledor. Un rojo perfil de Muñoz como el emblemático hombre de la pava, pero avejentado y configurado por los restos de su legado histórico: un veterano de guerra en muletas, un niño sentado sobre un lío de ropa fruto de un desahucio, la escena de un asesinato, turistas tomando fotos o tendidos en una hamaca a la sombra de una palmera.
Debo aclarar que el niño sentado sobre un lío de ropa fruto de un desahucio es un autorretrato retrospectivo. Mi madre divorciada con tres hijos, costurera al servicio de clientas que le traían patrones y cortes de tela para su confección, no pudo cumplir con el pago del alquiler de la casa de la cual fuimos lanzados a la calle. Ese día regresé de la escuela Luchetti a almorzar y me encontré con la siguiente escena: todos los muebles de la casa más líos de ropa improvisados con colchas y sábanas en medio de la calle. Mi madre, mis hermanos, los vecinos y hasta el policía de la esquina mal disimulaban el llanto, pero a mí me pareció el inicio de una gran aventura que todavía no termina. Mis tempranas lecturas de aventuras que incluían a Julio Verne, Emilio Salgari y Alejandro Dumas habían provocado mi deseo de una vida extra-ordinaria y la ocasión se presentó vestida de desgracia ese mediodía. Desafortunadamente, fui el único de la familia que vivió la experiencia de este modo transformador. Lo que sucedió después es muy largo y complicado para aquí narrarlo. Sin embrago, la imagen quedó grabada en la memoria y afloró casi treinta años después en esta estampa serigráfica.
Perdonen que me haya extendido en ésta muy personal anécdota mas, como ya he apuntado, es la naturaleza de la memoria llamar a la memoria.
Volvamos a Crucita, aunque en la realidad, ni en la ficción tampoco, la hemos abandonado. Imposible abandonarla pues la garra narrativa del autor no nos lo permite llevándonos de la mano a un triángulo revelador desde la mirada de Luis a la de la Bruja y Crucita en juego de espejos que desentrañan la historia, las de Luis, la Bruja, Crucita y todos nosotros, hijos de esta patria e hijastros del Estado Libre Asociado.
El maestro Carlos, el profesor Quiles posee un oído privilegiado para el habla coloquial de nuestros compatriotas. La Bruja es un dechado de dobles sentidos y almibarados comentarios salpicados de cerveza helada y calenturas insinuadas. Crucita nos habla desde un tiempo sabio y asordinado, tan nostálgico como acusador. Luis reflexiona desde la dualidad heredada de un padre anexionista y una madre nacionalista. Las carreteras sinuosas por donde Luis persigue una verdad histórica que evade la línea recta lo conduce a la piquiña del conocimiento anticipado y peligroso.
No es difícil identificarse con este maestro en busca de la verdad que se resiste a ser única, se desdobla entre afectos y resentimientos, revelaciones y oscuridades. El lector acompaña a Luis por los vericuetos de la Historia con mayúscula y la que nos narra el autor. El relato continúa en nosotros y, como la vida misma, se resiste a simplificaciones. Un gran mérito de la novela reside en exponer de modo vivencial aquello que todos sentimos en mayor o menor medida. Las miradas de Luis, la Bruja, Crucita y la nuestra se cruzan formando y deformando un caleidoscopio en ocasiones enceguecedor y en otras con percepciones luminosas.
Ahora que Puerto Rico se encuentra bajo el gobierno directo e inapelable de una Junta de Control Fiscal, de un Departamento de Educación cada vez más privada dirigida por una estadounidense que nos remite a los tiempos de la invasión de 1898, de unas agencias policiacas rebautizadas con los engañosos nombres de Inteligencia y Seguridad, es preciso preguntar, aventurar contestaciones, respuestas, en fin, ser responsables de nuestro destino nacional.
Otro posible título de esta novela sería Encrucijada. El personaje de Luis nos representa en este paisaje tan geográfico como político de senderos que se bifurcan, cruces de camino y callejones sin salida. En el Puerto Rico post María, la vía franca es el Norte, horizonte anunciado como Promesa de espaldas a una Isla de dudas, deudas y decisiones difíciles. A pesar de todo, y quizás por el pesar de todos, se impone la autogestión, el confiar en nosotros mismos, práctica que ya está en marcha y que contrario a la otra Promesa comienza a rendir frutos de solidaridad y poder comunitario.
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos escribió Charles Dickens en el siglo diecinueve. En este siglo veintiuno boricua frente a lo desolador del panorama, se levanta la voluntad de sobrevivir y crear, de luchar y vencer. Crucita, la entrañable amiga de Muñoz es nuestra maestra esperanzada, la posibilidad de forjar nuestro propio destino. Hagámoslo.
Presentación del libro Crucita: la entrañable amiga de Muñoz de Carlos Quiles leída en el foro de autogestión cultural Amalgama en la Playa de Ponce el 3 de noviembre de 2018.