Nightcrawler
Con veinte libras de peso menos, el pelo caído a un lado gracias a uno de esos recortes modernos, ojos de beagle (aunque son azules), boca de tilde de ñ, y una sonrisa que embauca a cualquiera, Jake Gyllenhaal es Louis Bloom, un joven de poca educación, mucha labia y de ambición desmesurada, que merodea por las noches de Los Ángeles como la sabandija del título. Rápidamente nos enteramos que es un ratero y que sobrevive hurtando cosas de metal para vendérselas a contratistas que quieren el material y lo desprecian a él. Desde el principio, el guionista director Dan Gilroy, nos enfrenta a la hipocresía que es comprar material robado porque te da ventaja económica, y juzgar como pillo únicamente al que la vende.
Bloom se detiene una noche en la escena de un choque en el que ve a dos hombres que filman y fotografían la mujer herida que conducía el vehículo; luego los oye negociar un precio por el pietaje con una estación de televisión. La noche siguiente, con una camarita, Bloom ha comenzado un nuevo trabajo: es un cazaescenas que ha de venderle material gráfico o morboso a una estación de TV. Ha entrado en el mundo del “periodismo visual” (photo journalism).
Bloom, quien solo ha cumplido los requisitos de escuela superior, es muy inteligente y hace su asignación estudiando en la red. Ha desarrollado una “ética” que lo coloca junto a los mejores mercaderes de las ganancias rápidas y ventajosas. Sus parlamentos son una madeja de clichés neoliberales y de lemas motivacionales que se pueden encontrar en libros de autoayuda o en conferencias a la manera de un Joel Osteen. Estas ideas flotan por su cerebro constantemente y cuando llegan a su boca emergen como la seda de una gran araña que teje su tela para atrapar a sus víctimas.
Con los conocimientos que adquiere en la red sobre las personas con quienes trata va diseñando un plan (que incluye el chantaje) para crear una compañía de “periodismo visual”. Por eso contrata a un aprendiz de nombre Rick (Riz Ahmed), que básicamente es una forma de explotar a un joven algo incauto con menos recursos que él y que no tiene un lugar fijo de vivienda. Gracias al acompañante, que es su copiloto y navegador, va expandiendo su perímetro de acción. Un poco antes se ha robado una bicicleta que vende a una casa de empeño de la cual también consigue una mejor cámara que lleva sus tomas a otro nivel de claridad y exposición. El producto de su inversión (lograda por un robo impune) permite que comience a venderle todos los vídeos que filma a Nina (René Russo), una productora de TV sedienta de sensacionalismo, que necesita mejorar los “ratings” de su programa de noticias para sobrevivir en su trabajo.
Según la paga por sus vídeos mejora (las circunstancias de algunos de los accidentes son montados por él mismo) su avaricia y el deseo de avance lo impulsan a serpentear por las calles de la ciudad a horas insólitas. Poco a poco se va adentrando en la alcantarilla de la corrupción y el ventajismo. Combate con sus competidores recurriendo a artimañas deleznables y va torciendo por calles que lo llevan a lo máximo de la maldad.
Gyllenhaal le da a su personaje la fuerza que nos atrae a la llama de su personalidad torcida para hacernos ver cómo convence a los que están a su alrededor, cómo tiene la sangre fría que es el combustible para su maldad metódica y despótica, confeccionada con el jarabe del solipsismo. Es una actuación horrífica, más amenazante y espeluznante que lo que podría ser cualquier monstruo creado digitalmente. La originalidad del enfoque de este actor a su personaje es que cada vez que pasa la página la maldad lleva como punto final una de sus expresiones más vulnerables, acompañada de una mirada de cachorro y una sonrisa de “yo no fui” que le para los pelos de punta al observador. Es una actuación digna del más alto elogio y, tal vez, de premios.
Me alegró sobremanera ver a René Russo de vuelta a la pantalla en un papel tan bueno como este. No me voy a quejar de que la empleó su marido, el director guionista, quien escribió un gran personaje. Por el contrario, la actriz de sesenta años, bella, dura como un diamante que ha caído en manos de un tallador tiránico, rinde una labor compleja y precisa como Nina, una mujer presa por sus circunstancias, embestida y poseída por un producto de los infiernos de la tecnología: Bloom.
Gracias a Gilroy (es su debut como director) la película es como una banda elástica que uno estira hasta que llega a un límite y hay que saber cuándo relajar la tensión antes de que se rompa. El filme es de “horror”, thriller psicológico y film noir, en el que la tensión es llevada hasta su límite…
Sin embargo, es la parte alegórica lo que conduce a una reflexión profunda sobre esta cinta extraordinaria. La manipulación de las audiencias por los medios noticiosos es bastante obvia. Hay veces, por añadidura, que el personaje de Bloom suena a algunos de los nuevos burócratas que defienden las actividades mercantiles de las universidades y que han intentado subvertir la misión educativa de esas instituciones convirtiéndolas en negocios. En otras, es como los políticos que reducen todo a su costo y su ganancia, y que dicen lo que más les conviene y medias verdades para conseguir un efecto a su favor en sus escuchas. Las más de las veces, la alegoría remite a los negocios inescrupulosos que rigen nuestras vidas desde lo que alguna vez (a lo mejor) fueron instituciones nobles, como las entidades “sin fines de lucro”, los bancos, las firmas de corretaje, y las casas farmacéuticas, por mencionar algunas. Bloom explota a su trabajador (finalmente, trabajadores) tal y como lo hace WalMart o MacDonald, o el gobernador de Wisconsin. En camino a la cumbre, no le ha de importar nada ni se encontrará con ningún escollo que no pueda aplastar dentro o al margen de la ley. Bloom, como muchos de los nuevos CEO que reciben bonos astronómicos por dilapidar el dinero a sus clientes o por persistir en prácticas de dudosa ética, vive bajo el lema: “El peor crimen es que te cojan”. Eso lo dijo Wilde con ironía. En nuestra sociedad de estándares dobles el pillo que se sale con la suya es el que reina. Como también dijo Wilde, “la vida imita al arte” y muchos políticos y hombres de negocios hoy día no son muy distintos a Lou Bloom. Nightcrawler es una de las mejores películas del año y ningún cinéfilo se la debe perder.