Patrones, pescadores y bogadores del estuario: los avatares marítimo-terrestres de los palosequences
Entrando por una boca estrecha del estuario
Los turistas que visitan la Isla en los grandes barcos cruceros fijan la mirada hacia la majestuosidad de San Felipe del Morro y la hermosura colonial de la vieja ciudad de San Juan, dándole la espalda a la costa de Toa Baja. Una vez han desembarcado —e igual sucede con quienes han aterrizado— enfilan la mirada y la ruta hacia la planta de ron Bacardí, ícono manufacturero y magneto de visitantes, donde han de pasar un rato agradabilísimo.Dudo mucho que algunos pasen de esa entrada y se vean obligados a admirar la Planta Termoeléctrica, que para los boricuas es un indicador de cómo va la generación de energía en el país, a pesar de existir otras plantas de gran importancia. Es probable que ningún turista se aventure a transitar por detrás de la planta y llegar al poblado de Palo Seco para llegar a la Isla de Cabras.
Los locales conocen el área recreativa de Isla de Cabras, a la que se llega por la carretera 870, doblando a la derecha por La Calle del Carmen. El regreso es por la calle Manuel Enríquez, que da justo al mar. Mucha gente ni siquiera llega hasta esa área recreativa, pues prefieren estacionarse en cualquier recoveco para aprovechar el limitado acceso a un sector de playa por la Carretera 870, playitas que están a 1.5 kilómetros de la boca nueva del canalizado río de Bayamón. Así evitan también el cobro de $4 por entrar a la isla.
Poco visitantes reconocen que Palo Seco fue el centro de la actividad de navegación comercial de cabotaje entre los ayuntamientos de Toa Baja y Bayamón con la ciudad capital. Para usar un concepto utilizado por Peter Sloterdijk en su análisis de las rutas y los resortes del comercio, Palo Seco era un relé. Es decir un lugar, o emplazamiento, que desempeñaba un papel clave en la regulación y el flujo gentes, bestias y productos (la corriente) por el circuito de mercancías y cosas en la región, con su principal destino: la ciudad murada de San Juan.
Pasajeros y corraleros en el siglo XVIII
Las haciendas y estancias de Toa Baja y Bayamón eran el corazón de la actividad productiva agrícola del Partido de San Juan, produciendo riqueza que afianzó a importantes familias de terratenientes en el poder local y en las decisiones de la colonia. Azúcares (melado), hierbas para animales, leche, ganado y otros productos eran producidos por haciendas y estancias y transportados por los maltrechos caminos y por el río hasta Palo Seco, desde donde se transportaban en canoas y piraguas de gran tamaño hasta la ciudad murada.
El río de Bayamón era bastante caudaloso y ancho como para permitir el uso de embarcaciones desde varios kilómetros río arriba hasta la zona llamada El Embarcadero, muy cerca del entorno urbano del ayuntamiento. A pesar de estar tierra adentro, Bayamón da la impresión de ser un asentamiento marítimo, por su vínculo con el estuario de la bahía de San Juan y el poblado de Palo Seco, que en siglo XIX logró por muy poco tiempo el estatus de municipio, por su papel en el tráfico de gentes y mercancías. Palo Seco y el río de Bayamón fueron seleccionados por los hacendados y navegantes, ya que su caudal, aguas y protección de los vientos y el oleaje le hacían una zona segura de embarcaderos. El Alto del Embarcadero era el punto —presumo que cerca de tres kilómetros río arriba— desde donde salían las embarcaciones en un río con una anchura de cuarenta a cincuenta metros y bastante profundidad para “embarcaciones de menor porte, o sean lanchas o ancones”. Un dato interesante de esta área lo es que las propiedades entre el poblado de Bayamón y la boca de Palo Seco (Santa Ana, El Plantaje) pertenecieron, a principios de siglo XVIII, al corsario y naviero Miguel Enríquez, empresario marítimo y dueño de instalaciones marítimas por toda la bahía. Cuánta influencia habrá ejercido el mulato Enríquez en la forja de una cultura de navegación en Palo Seco, es algo que desconozco.
Como sabemos, la Virgen del Carmen ha sido —desde tiempo inmemorial— en Europa y en las América, la patrona de los mareantes y los pescadores, la gente de mar que vertebró la gran empresa comercial de la conquista y la colonización. Es la patrona de Palo Seco (con una iglesia activa desde principios del siglo XIX) y de Cataño, para mencionarlos por su cercanía y rol en el comercio y la transportación en el estuario. La Santa Cruz es el ícono que apadrina a Bayamón, por ser el lugar de la fundación del primer ingenio hidráulico, pero su cementerio lleva por nombre La Virgen del Carmen, un dato en extremo curioso.
Palo Seco era entonces el hogar de pescadores, corraleros y pasajeros, cada uno con un rol vital en la economía local. Los pasajeros tenían embarcaciones con las que llevaban a la gente y las mercancías de un lado de la orilla del río al otro (presumiblemente en ancones, gabarras o champanes —todas planas y sin quillas—), o les transportaban a la ciudad capital en canoas o piraguas. Los documentos no son muy precisos sobre estos asuntos, pero las Actas del Cabildo de San Juan poseen abundante información del proceso de licitación del pasaje de Palo Seco y de quienes arrendaban el lugar. Los arrendatarios operaban una pulpería y una casa de hospedajes para que los viajeros (o caminantes, como se les llamaba) pernoctaran antes de salir a su viaje a la capital. Allí podía obtener algunas vituallas y tomar la refrescante agualoja, para la que los arrendatarios tenían también permiso de fábrica y venta. Eso sí, exigían el derecho exclusivo de transportar a la gente y se quejaban cuando otros vecinos de Toa Baja y Toa Alta infringían en sus derechos. El pasaje y asiento de corral de Palo Seco era el que más réditos producía para los fondos de propios de la capital en el siglo XVIII.
Algunos arrendatarios del pasaje, como Juan Romero, también licitaban por el permiso de poner un corral de pesca, con la condición de que llevara a el pescado a vender a la capital. Los corrales fueron el arte de pesca más importante de Puerto Rico hasta 1953 cuando fueron abolidos. Los corrales estaban construidos con una pared de estacas, una estera, que atravesaba el río o una parte de el, atajando a los peces en sus corridas río arriba o río abajo. Al cerrarle el paso a los peces, la estera los conducía a unos cestos laberínticos, con entradas y cámaras que retenían a los peces, que luego eran sacados vivos con una red de mano.
Fray Íñigo Abbad y Lasierra tiene en su obra una descripción de un corral en Toa Baja, que puede ser el del río Bayamón o el de Boca Habana, al oeste del ayuntamiento. En los siglos XVIII y XIX toda esta zona (como se puede apreciar en el detalle del mapa de Tomás O’Daly y en mapas posteriores) estaba dominada por áreas cenagosas, lagunas costeras y marismas interconectadas y presumo, de una alta productividad ecológica y riqueza de especies, cosa que sugiere Abbad y Lasierra en sus descripciones de la vida de la gente y el entorno que usufructuaban. Los mapas de los siglos XVIII y XIX nos revelan algunos detalles de la configuración de esa parte del estuario: El Caño de Cataño, Ciénaga Las Cucharillas, Ciénaga de la Mar, Boca de Palo Seco, Boca de la Ciénaga y la Boca Vieja del río Bayamón.
Los corrales eran vistos como un privilegio y los otros pescadores se acercaban bastante a los mismos para usar sus artes: atarrayas, cordeles y chinchorros, nombre con el que se conocía también a los trasmallos en ciertas localidades, como ocurría en Palo Seco. [El trasmallo es una red rectangular que se pone cerca de la superficie o en el fondo para atajar y atrapar a los peces, “ahorcándolos” por las agallas.] Esas disputas duraron más de un siglo y fueron en ocasiones cruentas por toda la Isla.
Matriculados, pasajeros y bogadores
En 1796 la Marina y la Corona española iniciaron en Puerto Rico el proceso de enlistar a los hombres que tenían destrezas marítimas (navegación, calafatería, carpintería de ribera y otros) en la Matrícula de Gente de Mar. Una vez enrolados en ese gremio, tenían el derecho y el privilegio (o fuero) de pescar en las aguas donde baña la mar salada, y a transportar mercancías y navegar. Esa directriz trajo unas agrias disputas entre los matriculados y los corraleros, que en Palo Seco tuvieron uno de sus escenarios más prominentes, ya que ambos se disputaban el privilegio exclusivo de la pesca. Pero en ese poblado y embarcadero se suscitó otra disputa más aguda. La Marina quería que los pasajeros y todas aquellas personas involucradas en el tráfico de gentes y mercancías usaran los servicios de los matriculados, a quienes debían pagar por sus servicios, ya como remeros (bogadores) o como patrones o pilotos de las embarcaciones.
Esa situación desató la ira de los pasajeros, hacendados y estancieros que usaban a sus esclavos como pilotos y bogadores. Un año antes, en 1795, el Partido de San Juan había determinado las reglas estrictas para proveer un servicio seguro y consistente de navegación entre Palo Seco y la capital, que incluía el número de viajes de ida y vuelta, las embarcaciones para los viajes (canoas “de respeto”, piraguas, champanes, ancones y lanchas), los horarios, las tarifas, los servicios a “los caminantes”, la responsabilidad pública por la pérdida de mercancía en el trayecto, la disponibilidad de patrones y bogadores —todos ellos de “confianza y buena conducta”—, el servicio de correos gratis, la ruta a seguir en el tiempo de fuertes vientos y marejadas y el monto del flete. En otras palabras: a finales del siglo XVIII se había configurado un servicio de navegación, a manos de los pasajeros quienes usaban hombres libres y esclavos en la boga y pilotaje de las embarcaciones, pagando unos estipendios módicos. De igual manera lo hacían los hacendados quienes pagaban un óbolo a los pasajeros si venían desde río arriba con sus embarcaciones, llevando mercancías.
Sospecho (y es solo eso) que algunas de esas embarcaciones tenían al menos un palo para arriar una vela, pero que por lo regular las piraguas y los cayucos navegaban sin vela, dependiendo de la fuerza de los bogadores. Es decir, iban “a palo seco”, sin velas. Pero esto es solo una conjetura.
Los agricultores y propietarios dedicados a la labranza tenían sus embarcaciones y por estar dedicados a tareas “terrestres” pidieron que se les eximiera de usar matriculados, que son entes “marítimos”. De esa manera se forjó —en la documentación y debates— una dicotomía entre los “terrestres” y los “marítimos”. Un argumento que usaban los propietarios era que no había suficientes matriculados para mover las embarcaciones, que muchos de ellos no vivían cerca de los embarcaderos y que muchos no tenían las destrezas ni la experiencia para navegar entre los bajos y escollos de la bahía. Ellos preferían usar a su gente: esclavos como bogas y pardos (de confianza) para el pilotaje de las embarcaciones.
Palo Seco fue uno de esos lugares que llamó la atención del artista francés Auguste Plée, quien dibujó algún punto del estuario, con tres embarcaciones —dos con vela y una con remeros o bogadores— llevando gente y mercancía. El poblado y sus embarcaderos es el telón de fondo de ese dibujo –junto con la zona montañosa de Bayamón —según se aprecia en la imagen—.
Este tejemaneje duró hasta mediados del siglo XIX. A partir de ese momento la Marina tuvo más control sobre la situación y exigió el uso de matriculados, cuyo número debió aumentar con la emancipación de los esclavos, que se integraron a ese gremio. Sobre ese particular la documentación es casi nula. Algunos datos dispersos nos permiten rellenar los vacíos: (1) la transportación terrestre fue mejorando con puentes y carreteras que permitieron el paso de carretones, (2) en 1849 se estableció un servicio de barco de vapor entre Cataño y San Juan, y ya Cataño era el principal embarcadero y sitio de tráfico marítimo al sur de la bahía, (3) las empresas de Ramón Valdés (que también tenía el servicio de lanchas) fundaron un tranvía con el se movilizaba gente y mercancías de Bayamón a Cataño, por lo que el flujo por el río no era necesario del todo, (4) A pesar de estos desarrollos, el ayuntamiento de Toa Baja insistía en 1875 en tener un embarcadero (el del Hato) en el río de Bayamón para facilitar el tráfico de gentes y mercancías a la capital.
Palo Seco en la transición de siglo
En 1898 Palo Seco debió ser un poblado a la zaga en referencia al tráfico marítimo, pero muy activo en las actividades de índole marina. Ya la ruta de la gente, las bestias y las mercancías habían sido redirigidas a Cataño, convertido en ese momento en el nuevo relé del estuario de la bahía de San Juan. La documentación examinada refleja que los corrales de pesca eran importantes y que había un buen número de pescadores allí. William A. Wilcox, un especialista en pesquerías que acompañó, en 1899, a la expedición de la Comisión Pesquera de los Estados Unidos en el barco de vapor Fish Hawk, la describió de la siguiente manera:
Palo Seco es la principal villa pesquera que suple al mercado de San Juan. Hay cerca de 60 pescadores, quienes usan unas 25 embarcaciones pequeñas de pesca, con aperos similares a los descritos aquí. Las capturas son por lo regular vespertinas y nocturnas, dentro o cerca de la boca del río y en la bahía, o fuera del puerto [probablemente mar afuera en la boca del Morro]. Las nasas se ponen en el río, en la bahía o fuera de la bahía (mi traducción).
Wilcox separa a Bayamón de esta descripción, pero tengo que notar que a pesar de estar en la otra boca de ese sistema ribereño, la actividad de pesca de Bayamón, realizada con trasmallos era parte esencial de ese esfuerzo. El informe de la expedición, en la parte redactada por el naturalista jefe de la misma, Evermann, incluyó también unas descripciones del lugar, que añaden algunos detalles de debemos considerar:
Las áreas de pesca [de Palo Seco] están localizadas en el río o en su boca, donde el agua es casi dulce [fresh], pero sucia por el fondo fangoso y los escombros [lo que llamamos “bayao”]. La pesca comercial se hace aquí con trasmallos colocados cruzando la boca del río. Se usan principalmente para capturar lizas [jareas, Mugil curema]. Los chinchorros [presumiblemente de arrastre] y las atarrayas también son usadas, esta última para capturar sardinas… (mi traducción). 2
Los trasmalleros eran probablemente una importante fuerza de trabajo en la producción pesquera y en otros sectores de la economía, y en ese período aprovecharon el cambio político en la colonia para solicitarle al Procurador General de los nuevos amos que abolieran el privilegio de los corrales de pesca. Fue un choque que se dio en el seno de este poblado costero, con dueños de corrales como Cristóbal Del Rosario y pescadores de trasmallos como Celedonio González.
El gobierno colonial estadounidense eliminó el uso exclusivo de ese arte y permitió que el resto de los pescadores pescaran donde quisieran, junto a la operación de los corrales; un grave error que impactó adversamente a las especies y al hábitat. Un error provocado por la ausencia de una memoria histórica. Pero ese es un asunto extenso al que le dedico otras páginas, en otro lugar.
En 1931 Norman Jarvis visitó nuestro archipiélago —y el de las Islas Vírgenes Estadounidenses— con el fin de documentar el estatus de las pesquerías locales. En ese estudio que es —en mi apreciación— uno de los más agudos, basado en visitas de campo y observaciones puntuales, Jarvis indicó que Palo Seco era uno de los lugares más importantes de desembarcos pesqueros de Puerto Rico y uno dominado por el uso de los trasmallos. Infiero que hasta la década de 1930’s Palo Seco había sido un importante centro pesquero.
El Censo de 1910, que he examinado para este escrito, presentaba una población de cerca de 1,400 personas en las dos calles que indiqué en el párrafo inicial. Sus pobladores se dedicaban a una variedad de oficios y actividades, entre las que se encontraban las siguientes: tejedoras, costureras, sirvientas, labradores en fincas de caña, marinos, estibadores, mujeres dedicadas a los quehaceres de la casa (que implica una matriz de actividades productivas), vendedores de pescado y pescadores. Contabilicé unos 57 pescadores (tres menos que los estimados por Wilcox), en su mayoría mulatos (según el Censo), seguidos de blancos y negros. Un detalle significativo —que me es muy trabajoso discutir en detalle aquí— fue que unas 11 mujeres declararon en el Censo que eran tejedoras de trasmallos. Es decir, había once mujeres insertadas, de manera oficial, plenamente en la producción pesquera desde la tarea fundamental de construir, reparar y mantener el arte de pesca fundamental de Palo Seco.3
Una mirada a lo lejos
Los estuarios de las Américas fueron ocupados, transitados, traficados y obrados por una fuerza de trabajo muy diversa en la que los africanos esclavizados, los negros libres y emancipados, los pardos y los mulatos, desempeñaron un papel protagónico, que en lugares como Puerto Rico, es una historia que apenas se conoce. Un vistazo a los documentos recopilados por Benjamín Nistal nos dan una idea de ello, y los trabajos historiográficos de Jorge Luis Chinea y Juan A. Giusti aportan a ese conocimiento. Los estudios sobre el tema deben compararse con trabajos históricos y etnohistóricos realizados en Cuba, en los estuarios de Carolina del Norte y en el estuario del Río Magdalena en Colombia. Algunos de estos trabajos apuntan a una tradición musical, rítmica del trabajo de los bogadores, que ha sido recopilada a través del tiempo. ¿Cuánto de eso tuvimos en el estuario de la bahía de San Juan? Esa es una interrogante que yo no sé contestar, y que tal vez amerite estudiar. Hay muchas cosas que desconocemos de ese mundo, pero tengo la certeza de que hubo una rica historia ribereña y marítima que ya empezamos a conocer, al rescatar la memoria de la costa.
Notas:
Este trabajo es parte del proyecto de investigación “De cara al mar”, subvencionado por el Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico. El autor es en estos momentos investigador afiliado del Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral (CIEL) de UPR-Mayagüez y del Instituto de Estudios del Caribe (IEC) de la UPR en Río Piedras.
- “Un estuario es un área costera donde el agua dulce que fluye de los ríos y corrientes de agua se mezcla con el agua salada del océano, bahías, lagunas y canales. Esta combinación crea un ecosistema diferente y único, donde viven y se desarrollan gran cantidad de especies diferentes (peces, reptiles, pájaros y mamíferos como el manatí).” Información del programa del Estuario de la Bahía de San Juan. http://web.estuario.org/que-es-un-estuario/
- Es muy probable que ni Evermann ni Wilcox observaron con detenimiento a Palo Seco. Es posible que la mayor parte de esa información fue provista por el maestro de biología Oscar Riddle, un entusiasta de la ictiología, quien sirvió de interprete e informante al equipo del Fish Hawk sobre las especies capturadas y vendidas en el mercado de San Juan. Riddle se convirtió posteriormente en uno de los investigadores más prestigiosos de los Estados Unidos en el campo de la endocrinología.
- Sobre el asunto de la historia de los trasmallos (filetes o chinchorros de ahorque) y los mallorquines (arte similar pero construido con tres paños o “paredes” de mallas) hemos escrito un extenso informe que narra su historia y la reaparición de las mujeres en la reparación del arte en la década de 1990.
Referencias:
Archivo General de Puerto Rico. Fondo: Gobernadores Españoles, Caja 281. Asuntos de Marina. Varios documentos y expedientes.
Archivo Histórico Nacional. Ministerio de Ultramar. 354, Expediente 14. 1874-1877. Ayuntamiento de Toa Baja pide autorización para construir un muelle. Accedido a través del Portal de Archivos Españoles (PARES),
Abbad y Lasierra, Fray Agustín Iñigo. 1788. Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Estudio preliminar de Isabel Gutiérrez de Arroyo, Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1979.
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